Migraciones transfronterizas
Mario Valero Martínez @mariovalerom
Abandonar
un país, emigrar, no es una decisión fácil y salvo que se tenga garantizado
alguna estabilidad laboral, familiar o relacional en el lugar de destino, pero
aun así, es un viaje entre incertidumbres. Las razones para tal atrevimiento
tiene diversos orígenes, las guerras, la violencia en diversas partes del
mundo, el hambre y por supuesto el desempleo. También hay, y cada vez en
crecimiento, los que se migran por opciones en sus especializados campos de
trabajo. En cualquier caso, emigrar implica la búsqueda de otra calidad de vida
o sencillamente se suma a la esperanza personal o familiar de encontrar una
oportunidad para vivir en mejores condiciones.
Son movimientos muy
complejos y a la vez, objeto de muchas especulaciones, usos y abusos
interpretativos, unos con débiles fundamentaciones esgrimen que son producto de
la globalización y hasta de la modernidad, otros los utilizan para culpabilizar
a los emigrantes de sus problemas nacionales, ocurre en Estados Unidos, en
Europa y también en América Latina. Y hasta el significado positivo, la
potencialidad de los movimientos migratorios internacionales se opaca por el
fuerte discurso de movimientos políticos nacionalistas que ven en los
extranjeros peligrosos enemigos, una fórmula exitosa que alimenta la xenofobia.
Y
lo que somos, Venezuela y Colombia, países vecinos de intensas movilidades e
intercambios. Y lo que hemos sido, territorios alternos de salvación en la
precariedad humana vecinal. Cuando se leen las declaraciones de nacionalistas
colombianos sobre Venezuela, saltan en la memoria los datos censales que registraron
las crecientes corrientes migratorias entre 1950 y 1981 (55% entre 1950 y 1961,
42,6 a 1971, 64,9% a 1981) que por supuesto, no incluía una masa importantes de
emigrantes colombianos no registrados.
La búsqueda de empleos
mejor remunerados y la ventaja cambiara bolívar/peso, entre otros factores, se
cruzaban como estímulo de los flujos migratorios provenientes del vecino país,
unos en dirección a zonas rurales para emplearse en las actividades agrícolas y
ganaderas, otros hacia los espacios industriales del centro-norte y por
supuesto a las zonas de producción petrolera. Como ejemplo señalaremos que
hacia finales de la década de los 70 el salario mínimo urbano era de 900
bolívares (209 dólares) que convertidos en pesos representaba 2.4 veces más que
los 5.700 pesos del salario mínimo en el vecino país (71 dólares). Esta importante diferencia, aun recibiendo un
salario menor al decretado, era una poderosa razón para cruzar las fronteras, a
lo que se agregaba la crisis económica y política colombiana reflejada en el
incremento de la pobreza, el desempleo y la violencia.
Ahora
los flujos se han invertido casi con las mismas argumentaciones y cuando leemos
las manipuladas declaraciones del gobierno de Venezuela sobre esta materia,
entonces pensamos en ese contingente de venezolanos de todas las condiciones
sociales y profesionales que han tomado como destino Colombia, impulsados por
la profunda crisis social y económica en nuestro país. Los boletines de
migración colombiana indican que entre 2013 y 2016 ingresaron a este país 1.260.957
venezolanos y salieron 907. 642, no retronaron 353.315; al desglosar las cifras
por año, se observa que en 2013 no regresaron 31.424 personas y en 2016 no lo
hicieron 160.243 ciudadanos. Aunque estos datos se han utilizado en estos días
para reforzar la idea del crecimiento de flujos de venezolanos al vecino país,
en algunos casos acompañados de noticias que cuestionan su presencia en el
mercado laboral, aún quedan muchos cabos por atar para determinar la magnitud
migratoria, tanto a este como a otros destinos internacionales; lo cierto es
que una inocultable realidad venezolana.
Lo
lamentable en todo caso, es el uso y abuso que se hace de los datos sobre
flujos migratorios; nótese que Venezuela sigue siendo el segundo destino
preferido de los colombianos aunque en proceso de disminución (en 2012 entraron
475.007 procedentes de diferentes lugares del vecino país, cifra que disminuyó
en 2015 a 371.521 y 109.864 en 2016) efecto del cierre de frontera.
Hay
quienes se empeñan en ver toda esta realidad desde sus fanatismos geopolíticos
gubernamentales. Tal vez deberían apreciar estas migraciones transfronterizas
como potencialidades binacionales que, además, contribuiría a borrar la
horrorosa tendencia xenofóbica que irresponsablemente alientan.
Este artículo fue publicado en Diario
la Nación, Táchira-Venezuela el 09/03/2017.
Las imágenes que se publican en este
blog pertenecen al archivo fotográfico de MVM
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