Aquí estamos
Mario Valero Martínez /@mariovalerom
Bastante se escribe en estos días sobre los que se van y
sobran las argumentaciones para lamentar la emigración venezolana de estos
años, ahora visible a través de las vecinas fronteras terrestres. Nada que
objetar a quienes han decidido escapar de la demoledora crisis social y
económica en que está sumergida Venezuela. También se alerta sobre el daño que
causará la marcha de talentosos profesionales en todas las áreas del conocimiento
y de igual manera la determinación asumida por los estudiantes de abandonar las
aulas para emprender otros derroteros en busca de oportunidades que no
visualizan en el país y alejados de sus ámbitos universitarios. Temas complejos
y de incansable conversación cotidiana extendidos a todos los sectores sociales
que conforman la diáspora venezolana. Insisto, nada que objetar a quienes
deciden marcharse y tan solo desearles que logren los propósitos proyectados en
sus lugares de destino.
Pero asimismo, hay que hacer referencia a otros
venezolanos, aquellos que por múltiples razones han decidido quedarse. Sí, a
los que piensan (pensamos) que otra Venezuela es posible a pesar de la ruina en
que se encuentra y aun cuando esté sometida y atrapada en las garras de una
camarilla de corruptos y desalmados que, con sus truculencias, sus violencias y
sus fraudes electorales, pretenden extender su poder dictatorial.
Entonces se hace imprescindible volver la mirada a esos
ciudadanos talentosos y laboriosos que no han abandonado el optimismo en esta precariedad,
a los profesores que, recibiendo salarios de miseria, atraviesan los desolados
pasillos para reencontrarse en las aulas con los alumnos que aún no se rinden,
a los médicos que siguen atendiendo con mística a los pacientes en los centros
asistenciales del derruido sistema de salud pública, a los trabajadores que perciben
bajos salarios y no se doblegan. Hay que volver la mirada territorio adentro y
reafirmarse en esa Venezuela profunda y mayoritaria que cohabita en la
solidaridad cotidiana, a esos espacios de los ciudadanos honestos que se
aferran a sus paisajes pese a las nefastas circunstancias.
Y aunque es muy duro sobrevivir en este país de grandes
contrates sociales, donde unos cínicos gobernantes y sus adláteres que viven en
la opulencia de oscuro origen, niegan la crisis humanitaria extendida en toda
la geografía nacional y pretenden distorsionar esta cruda realidad con
rocambolescos ejercicios militares y ficticias guerras, amedrentando con sus
grupos paramilitares de uniformados camisas negras, emulando a perversos
episodios históricos de los camisas pardas del nacionalsocialismo; con todo
este espantoso panorama, aquí estamos aún, con la convicción de que otra
Venezuela es posible.
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