jueves, 5 de abril de 2018


Aquí estamos
Mario Valero Martínez /@mariovalerom

            Bastante se escribe en estos días sobre los que se van y sobran las argumentaciones para lamentar la emigración venezolana de estos años, ahora visible a través de las vecinas fronteras terrestres. Nada que objetar a quienes han decidido escapar de la demoledora crisis social y económica en que está sumergida Venezuela. También se alerta sobre el daño que causará la marcha de talentosos profesionales en todas las áreas del conocimiento y de igual manera la determinación asumida por los estudiantes de abandonar las aulas para emprender otros derroteros en busca de oportunidades que no visualizan en el país y alejados de sus ámbitos universitarios. Temas complejos y de incansable conversación cotidiana extendidos a todos los sectores sociales que conforman la diáspora venezolana. Insisto, nada que objetar a quienes deciden marcharse y tan solo desearles que logren los propósitos proyectados en sus lugares de destino.
            Pero asimismo, hay que hacer referencia a otros venezolanos, aquellos que por múltiples razones han decidido quedarse. Sí, a los que piensan (pensamos) que otra Venezuela es posible a pesar de la ruina en que se encuentra y aun cuando esté sometida y atrapada en las garras de una camarilla de corruptos y desalmados que, con sus truculencias, sus violencias y sus fraudes electorales, pretenden extender su poder dictatorial.
            Entonces se hace imprescindible volver la mirada a esos ciudadanos talentosos y laboriosos que no han abandonado el optimismo en esta precariedad, a los profesores que, recibiendo salarios de miseria, atraviesan los desolados pasillos para reencontrarse en las aulas con los alumnos que aún no se rinden, a los médicos que siguen atendiendo con mística a los pacientes en los centros asistenciales del derruido sistema de salud pública, a los trabajadores que perciben bajos salarios y no se doblegan. Hay que volver la mirada territorio adentro y reafirmarse en esa Venezuela profunda y mayoritaria que cohabita en la solidaridad cotidiana, a esos espacios de los ciudadanos honestos que se aferran a sus paisajes pese a las nefastas circunstancias.
            Y aunque es muy duro sobrevivir en este país de grandes contrates sociales, donde unos cínicos gobernantes y sus adláteres que viven en la opulencia de oscuro origen, niegan la crisis humanitaria extendida en toda la geografía nacional y pretenden distorsionar esta cruda realidad con rocambolescos ejercicios militares y ficticias guerras, amedrentando con sus grupos paramilitares de uniformados camisas negras, emulando a perversos episodios históricos de los camisas pardas del nacionalsocialismo; con todo este espantoso panorama, aquí estamos aún, con la convicción de que otra Venezuela es posible.

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