jueves, 21 de julio de 2016

Paisaje desolador
Mario Valero Martínez
@mariovalerom

            La calle es algo más que un espacio público construido para el tránsito y la interconectividad, es también como la definió Erick Dardel en El Hombre y La Tierra (1952) “centro y escenario de la vida cotidiana, donde el hombre es paseante, habitante, artesano; elemento constitutivo y permanente, a veces inconsciente, de la visión del mundo, de su desamparo…” Y es que las calles forman parte de los ámbitos inmediatos de los seres humanos cuando traspasan el límite del lugar habitado, la casa. La calle se disfruta, se vive, se sufre; es el afuera de la experiencia cotidiana que contribuye a configurar las íntimas cartografías personales.   
            Tal vez esta perspectiva resulte chocante, quizás ilusoria al contrastarse con las predominantes panorámicas observadas en las calles venezolanas, una realidad cruelmente trastocada. Ya es rutinario ver en las primeras horas del día las aglomeraciones humanas atrapadas en las largas colas tratando de comprar algún necesario producto alimenticio regulado, un esencial artículo de la higiene personal o la indispensable medicina. El callejear ha perdido la emocionalidad placentera para convertirse en tortuoso recorrido de la supervivencia en el que prevalecen otros lugares referenciales conformados por supermercados, centros de abastecimientos, mercados populares, ventas callejeras improvisadas y farmacias. Emergen así, otros mapas personales del desespero para el mínimo abastecimiento, rogando siempre tener suerte y que el dinero alcance en esta agobiante inflación.
            A esto se agregan la conformación de espacios virtuales que interconectan a comunidades de intereses a través de las redes sociales para intercambiar información en tiempo real sobre puntos de venta u ofertar productos a disposición. Estos son otros mecanismos que se incorporan a las geografías personales para intentar cubrir las necesidades básicas.
            De igual manera las calles se han convertido en espacios vedados para el regocijo puesto que la violencia se extiende y restringe las movilidades. No es sólo la exposición al atraco en cualquier lugar y hora. Es también la creciente agresividad en sus múltiples expresiones; las humillantes colas, la intimidación militar en las estaciones de gasolinas, el inescrupuloso “bachaquero” de cualquier estrato social que revende y se aprovecha de las necesidades de la gente, el Tribunal Supremo de Justicia, apéndice del gobierno, con sus desvergonzadas decisiones, la prepotencia de los funcionarios públicos y las llamadas unidades de batalla del partido de gobierno que chantajean a los más humildes por una bolsa de mercado, la televisión pública con sus agresivas campañas, los insultos presidenciales en cadena nacional, sus mentiras y delirios; los que intentan imponer la violencia como salida a la crisis venezolana.
            En suma, una terrible situación vivida que se refleja en la mayoría de inquietos habitantes que exploran las calles como escenarios de inimaginables e inesperadas angustias, percibiendo un paisaje desolador.
            Y no hay que ser o parecer sesudo analista para percatarse que toda esta situación es el resultado de un modelo impuesto por una casta gubernamental, amparados en ese esperpento que denominan revolución bolivariana y socialismo del siglo XXI; dieciséis (16) años gobernando, el país en ruina y la mayoría de sus habitantes al borde del abismo.
            Sin embargo, frente al paisaje desolador siempre estará la esperanza de volver a caminar por las calles venezolanas con el goce del ciudadano, ejerciendo sus derechos y deberes.
Publicado en Diario La Nación. Táchira-Venezuela. Mayo 2016

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