Paisaje desolador
Mario Valero Martínez
@mariovalerom
La calle
es algo más que un espacio público construido para el tránsito y la
interconectividad, es también como la definió Erick Dardel en El Hombre y La Tierra (1952) “centro y
escenario de la vida cotidiana, donde el hombre es paseante, habitante,
artesano; elemento constitutivo y permanente, a veces inconsciente, de la
visión del mundo, de su desamparo…” Y es que las calles forman parte de los ámbitos
inmediatos de los seres humanos cuando traspasan el límite del lugar habitado,
la casa. La calle se disfruta, se vive, se sufre; es el afuera de la experiencia
cotidiana que contribuye a configurar las íntimas cartografías personales.
Tal vez
esta perspectiva resulte chocante, quizás ilusoria al contrastarse con las
predominantes panorámicas observadas en las calles venezolanas, una realidad
cruelmente trastocada. Ya es rutinario ver en las primeras horas del día las
aglomeraciones humanas atrapadas en las largas colas tratando de comprar algún
necesario producto alimenticio regulado, un esencial artículo de la higiene
personal o la indispensable medicina. El callejear ha perdido la emocionalidad
placentera para convertirse en tortuoso recorrido de la supervivencia en el que
prevalecen otros lugares referenciales conformados por supermercados, centros
de abastecimientos, mercados populares, ventas callejeras improvisadas y
farmacias. Emergen así, otros mapas personales del desespero para el mínimo
abastecimiento, rogando siempre tener suerte y que el dinero alcance en esta
agobiante inflación.
A esto se
agregan la conformación de espacios virtuales que interconectan a comunidades
de intereses a través de las redes sociales para intercambiar información en
tiempo real sobre puntos de venta u ofertar productos a disposición. Estos son
otros mecanismos que se incorporan a las geografías personales para intentar
cubrir las necesidades básicas.
De igual
manera las calles se han convertido en espacios vedados para el regocijo puesto
que la violencia se extiende y restringe las movilidades. No es sólo la
exposición al atraco en cualquier lugar y hora. Es también la creciente
agresividad en sus múltiples expresiones; las humillantes colas, la
intimidación militar en las estaciones de gasolinas, el inescrupuloso
“bachaquero” de cualquier estrato social que revende y se aprovecha de las
necesidades de la gente, el Tribunal Supremo de Justicia, apéndice del
gobierno, con sus desvergonzadas decisiones, la prepotencia de los funcionarios
públicos y las llamadas unidades de batalla del partido de gobierno que
chantajean a los más humildes por una bolsa de mercado, la televisión pública
con sus agresivas campañas, los insultos presidenciales en cadena nacional, sus
mentiras y delirios; los que intentan imponer la violencia como salida a la
crisis venezolana.
En suma,
una terrible situación vivida que se refleja en la mayoría de inquietos
habitantes que exploran las calles como escenarios de inimaginables e
inesperadas angustias, percibiendo un paisaje desolador.
Y no hay
que ser o parecer sesudo analista para percatarse que toda esta situación es el
resultado de un modelo impuesto por una casta gubernamental, amparados en ese
esperpento que denominan revolución bolivariana y socialismo del siglo XXI;
dieciséis (16) años gobernando, el país en ruina y la mayoría de sus habitantes
al borde del abismo.
Sin
embargo, frente al paisaje desolador siempre estará la esperanza de volver a
caminar por las calles venezolanas con el goce del ciudadano, ejerciendo sus
derechos y deberes.
Publicado en Diario La Nación. Táchira-Venezuela. Mayo 2016
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