¿Y la nueva frontera?
Mario Valero Martínez
/ @mariovalerom
Desde hace
varias décadas, en distintos escenarios mundiales, regionales o locales, se
vienen abordando con creciente interés los temas relacionados con los
territorios y los espacios fronterizos. En densos debates afloran los análisis
y las heterogéneas valoraciones, expresadas en el entrecruzamiento de posturas
tan disímiles como las que apuntan a destacar las emergentes y diversas
funcionalidades de las fronteras impulsadas con la innovación y difusión de las
tecnologías de la información y la comunicación, con el tradicionalismo
geopolítico que centra su atención en la defensa y seguridad de los cerrados
territorios nacionales; no faltan las dudosas y muy criticadas posiciones de origen
decimonónico defensoras de las fronteras vivas y muertas. El campo especulativo
se expande aunque en nuestros territorios latinoamericanos se tiene aún, como
rasgo dominante, las fronteras de los militares.
Por su
impacto y evidente orientación excluyente, los cierres de fronteras, el
levantamiento de muros, vallas y demás
alambradas limítrofe/fronterizas siempre han tenido un lugar especial en las
mesas de discusión, con especial foco de atención en la vecindad Estados
Unidos/ México, la triple valla en Ceuta y Melilla, en España; ahora se
incorporan las alambradas de espino que desde 2013 se construyen en Europa para
contener los desplazamientos de gentes que buscan otros refugios ante las
inestabilidades, miserias y amenazas vividas en sus países de origen; y, aunque
parezca inverosímil para algunos, también se incluye el caso de la República
Bolivariana de Venezuela en su vecindad con Colombia.
Las
conclusiones convergen en similar lectura, todos esos artilugios no han
contribuido a solucionar los problemas generados en las fronteras, muchos de
los cuales forman parte de las diversas situaciones estructurales que se
padecen al interior de los países. Y, como se ha demostrado fehacientemente,
sólo han estimulado y consolidado las mafias de contrabando de todo tipo
(personas y bienes), el terrorismo, en fin todas las distorsiones que han
pretendido solucionar; con una agravante, se profundiza y estimula la xenofobia
y la exclusión.
El caso
venezolano es patético. En los relatos sobre su historia geográfica, paralelo a
la discusión sobre los desacuerdos limítrofes, prevalecía un discurso en cierto
modo ejemplar asociado a procesos culturales de integración espontánea en
ciudades y ruralidades vecinas. El Táchira debido a sus intensas redes y flujos
relacionales (de todo tipo) se exhibía como arquetipo, tal vez como paradigma
en cuanto al significado inter y transfronterizo,
sin dejar de indicar sus intrínsecos problemas. Con cierto orgullo andino se
calificaban a estas fronteras como las más dinámicas de América Latina. Pero hoy,
en la sociedad del conocimiento, en la geografía de la globalización y de las
tecnologías de la información, el caso venezolano se asoma en los prototipos
contemporáneos de la exclusión, la deportación, el cierre de fronteras y en los
novedosos imaginarios de la xenofobia. Cómo negarlo.
Si la situación
de las fronteras de Venezuela en su vecindad con Colombia, particularmente en
los municipios limítrofes del estado Táchira no fueran tan grave, se podrían
calificar de acantinfladas las
posiciones y discursos de los gobiernos en sus escalas nacional y estadal. Un
breve repaso. En el mes de enero del año 2015 se anunció la creación de la Zona
Económica Espacial para la Frontera del estado Táchira y en un alarde de
echonería el gobernador de esta entidad señaló que antes del primero de julio
de ese año se iban a exportar los primeros productos del Táchira al mundo. El
19 de agosto de ese mismo año decretaron
el estado de excepción y el cierre de las fronteras. El resto del relato bien
se conoce. Prometieron una nueva frontera, pero hoy los ciudadanos que habitan
en esos espacios, especialmente del Táchira, sufren las amargas consecuencias del
empobrecimiento, producto de la disparatada medida, al tiempo que observan en
los rincones de la impotencia, el incremento del contrabando en todas sus
dimensiones. Y qué decir de los maltratos y la humillación cotidiana.
Si la
coyuntura fronteriza no fuera tan ruinosa para la gente, calificaríamos las
declaraciones gubernamentales de cantinfléricas. Un día informan que habrá
reunión con las autoridades colombianas para tratar la reapertura de las
fronteras, e inmediatamente estas los desmienten. ¿A quién pretenden
engañar?
En un recorrido exploratorio por los
municipios fronterizos leí en Ureña un graffiti que decía “por una frontera
libre”, lo interprete como un clamor popular que reclama repensar la frontera en
términos de gestión del territorio, ordenamiento territorial e integración.
Pensé en la necesidad de rescatar el paisaje civil y las calles para los
ciudadanos. Pero eso no interesa a la revolución bolivariana ni a la frontera
de los militares.
Publicado en Diario La Nación. Táchira-Venezuela. 12 de mayo
de 2016
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