jueves, 21 de julio de 2016

¿Y la nueva frontera?
Mario Valero Martínez / @mariovalerom

            Desde hace varias décadas, en distintos escenarios mundiales, regionales o locales, se vienen abordando con creciente interés los temas relacionados con los territorios y los espacios fronterizos. En densos debates afloran los análisis y las heterogéneas valoraciones, expresadas en el entrecruzamiento de posturas tan disímiles como las que apuntan a destacar las emergentes y diversas funcionalidades de las fronteras impulsadas con la innovación y difusión de las tecnologías de la información y la comunicación, con el tradicionalismo geopolítico que centra su atención en la defensa y seguridad de los cerrados territorios nacionales; no faltan las dudosas y muy criticadas posiciones de origen decimonónico defensoras de las fronteras vivas y muertas. El campo especulativo se expande aunque en nuestros territorios latinoamericanos se tiene aún, como rasgo dominante, las fronteras de los militares.
            Por su impacto y evidente orientación excluyente, los cierres de fronteras, el levantamiento de  muros, vallas y demás alambradas limítrofe/fronterizas siempre han tenido un lugar especial en las mesas de discusión, con especial foco de atención en la vecindad Estados Unidos/ México, la triple valla en Ceuta y Melilla, en España; ahora se incorporan las alambradas de espino que desde 2013 se construyen en Europa para contener los desplazamientos de gentes que buscan otros refugios ante las inestabilidades, miserias y amenazas vividas en sus países de origen; y, aunque parezca inverosímil para algunos, también se incluye el caso de la República Bolivariana de Venezuela en su vecindad con Colombia.
            Las conclusiones convergen en similar lectura, todos esos artilugios no han contribuido a solucionar los problemas generados en las fronteras, muchos de los cuales forman parte de las diversas situaciones estructurales que se padecen al interior de los países. Y, como se ha demostrado fehacientemente, sólo han estimulado y consolidado las mafias de contrabando de todo tipo (personas y bienes), el terrorismo, en fin todas las distorsiones que han pretendido solucionar; con una agravante, se profundiza y estimula la xenofobia y la exclusión.
            El caso venezolano es patético. En los relatos sobre su historia geográfica, paralelo a la discusión sobre los desacuerdos limítrofes, prevalecía un discurso en cierto modo ejemplar asociado a procesos culturales de integración espontánea en ciudades y ruralidades vecinas. El Táchira debido a sus intensas redes y flujos relacionales (de todo tipo) se exhibía como arquetipo, tal vez como paradigma en cuanto al significado  inter y transfronterizo, sin dejar de indicar sus intrínsecos problemas. Con cierto orgullo andino se calificaban a estas fronteras como las más dinámicas de América Latina. Pero hoy, en la sociedad del conocimiento, en la geografía de la globalización y de las tecnologías de la información, el caso venezolano se asoma en los prototipos contemporáneos de la exclusión, la deportación, el cierre de fronteras y en los novedosos imaginarios de la xenofobia. Cómo negarlo.
            Si la situación de las fronteras de Venezuela en su vecindad con Colombia, particularmente en los municipios limítrofes del estado Táchira no fueran tan grave, se podrían calificar  de acantinfladas las posiciones y discursos de los gobiernos en sus escalas nacional y estadal. Un breve repaso. En el mes de enero del año 2015 se anunció la creación de la Zona Económica Espacial para la Frontera del estado Táchira y en un alarde de echonería el gobernador de esta entidad señaló que antes del primero de julio de ese año se iban a exportar los primeros productos del Táchira al mundo. El 19 de agosto de ese mismo año  decretaron el estado de excepción y el cierre de las fronteras. El resto del relato bien se conoce. Prometieron una nueva frontera, pero hoy los ciudadanos que habitan en esos espacios, especialmente del Táchira, sufren las amargas consecuencias del empobrecimiento, producto de la disparatada medida, al tiempo que observan en los rincones de la impotencia, el incremento del contrabando en todas sus dimensiones. Y qué decir de los maltratos y la humillación cotidiana.
            Si la coyuntura fronteriza no fuera tan ruinosa para la gente, calificaríamos las declaraciones gubernamentales de cantinfléricas. Un día informan que habrá reunión con las autoridades colombianas para tratar la reapertura de las fronteras, e inmediatamente estas los desmienten. ¿A quién pretenden engañar? 
            En un recorrido exploratorio por los municipios fronterizos leí en Ureña un graffiti que decía “por una frontera libre”, lo interprete como un clamor popular que reclama repensar la frontera en términos de gestión del territorio, ordenamiento territorial e integración. Pensé en la necesidad de rescatar el paisaje civil y las calles para los ciudadanos. Pero eso no interesa a la revolución bolivariana ni a la frontera de los militares.
Publicado en Diario La Nación. Táchira-Venezuela. 12 de mayo de 2016

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