jueves, 21 de julio de 2016

Las fronteras más allá de la ley (I)
Mario Valero Martínez
@mariovalerom

Próximos a cumplir un año del infausto cierre de las fronteras con Colombia decretado por el gobierno de Venezuela, las contrastantes imágenes son demoledoras.  Hace once meses observábamos desde la impotencia ciudadana, la infame deportación de ciudadanos colombianos. Inolvidables aquellas panorámicas de la gente cruzando el río Táchira con sus enseres, huyendo de la tierra que una vez los acogió; las familias colombo-venezolanas fragmentadas; las casas marcadas y destruidas al estilo facha. El amargo paisaje con todas sus aristas abarrotó las redes sociales, también fue asombrosa noticia en el ámbito internacional. Los portavoces del gobierno en perversa artimaña mediática, justificaban la nefasta medida como una necesidad para controlar el contrabando y la escasez que empezaba a mostrar las enormes grietas en la cotidianidad del venezolano. La militarización desplazó a la institucionalidad civil. No faltaron quienes desde diversas posiciones aplaudieron las tenebrosas alambradas, ni los famosos analistas que en profundas recomendaciones y rocambolesca sabiduría aprobaron el cierre fronterizo.

Entonces, estos confines territoriales venezolanas se convirtieron en diabólicos espacios, ámbitos de regocijo para quienes en manipuladas investigaciones las habían calificado como fronteras calientes. Fuego e infierno del hábitat en el submundo limítrofe. A los ciudadanos fronterizos sin excepción, les estamparon el mote de “bachaqueros” y la xenofobia alcanzó simpatías inimaginables.

 De un plumazo y con vallas metálicas se pretendió borrar el paisaje geográfico de los intercambios cotidianos, la historia de las relaciones familiares, el esfuerzo del trabajo de pequeños, medianos empresarios y comerciantes. Se estigmatizó la necesidad de comprar una medicina aquí o una harina pan allá; en suma, se trastocó el modo de vida de la interculturalidad binacional para desviar la atención de lo que ya era evidente, el rotundo fracaso del modelo impuesto por la revolución bolivariana.

Con la intensidad que aumentaba la hostilidad a los habitantes en las ciudades de fronteras, se consolidaban las redes del contrabando de bienes subsidiados por el gobierno nacional y se “tecnificaba” la matraca en las trochas aparentemente clandestinas. Al mismo tiempo crecían las colas y aumentaba la escasez en todo el territorio nacional. Progresivamente se fueron reventando las costuras, aflorando verdades; la gente empezó a notar que la debacle no tenía su origen esencialmente en la frontera.

Casi un año después las mujeres en la ciudad de Ureña irrumpen en escena, transgreden una absurda medida, desafían el poder militar, lo derriban, cruzan el puente y demuestran entre muchas otras cosas, que la frontera no es el problema. Al otro lado, que también ha sido su lado, tan sólo a unos minutos, van al encuentro de anaqueles abarrotados de productos. Sólo los fanáticos, tal vez enajenados, se atreven a calificarlas de “bachaqueras” y otros lamentables epítetos y burlas que sencillamente describen a quien las utiliza.  

Once meses después del cierre fronterizo, las imágenes mediáticas en el ámbito internacional muestran las masivas movilizaciones de ciudadanos de todo el país cruzando los puentes que unen a San Antonio y Ureña con sus espacios colindantes en Colombia, Cúcuta es el emblema. Compran los productos difíciles de encontrar en Venezuela o que son muy costosos en las redes del bachaqueo nacional; adquieren lo que se necesita para tener una vida cotidiana digna. Al retornar muestran los rostros de felicidad, el agradecimiento y la satisfacción; nadie los acusa de contrabandistas. Se desdibuja la xenofobia y la civilidad impone su marca.

De pronto, muchos descubren que las fronteras entre Venezuela y Colombia son una oportunidad. Ojalá que los actores públicos y privados, las alternativas políticas democráticas, los centros de investigación de las universidades y las ONGs, no encasillen las discusiones relacionadas con la búsqueda de soluciones para estos espacios en alguna ortodoxa Ley de Fronteras. Tal vez habría que auscultar en las políticas de gestión sustentadas en el ordenamiento territorial; en próxima entrega haremos algunas consideraciones sobre este tema.

Publicado en Diario La Nación. Táchira-Venezuela. 21 de julio de 2016

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