La ciudad cuatricentenaria de Ramón J. Velásquez
Mario
Valero Martínez / @mariovalerom
Distorsionar la historia y
desvalorizar los actores civiles con la intencionalidad de imponer la sesgada y
autoritaria visión militarista ha sido el persistente empeño de quienes se han
aferrado al poder político gobernante en la Venezuela del siglo XXI. La celebración de golpes de
estado y la idolatría a fracasados caudillos populistas son expresiones de esas
manipulaciones que tratan de por todos los medios posibles, incluyendo el
currículo escolar, de borrar la civilidad y trastocar hasta la geografía
cultural, desplegando esbozos panfletarios contentivos de acomodaticias
consignas del poder dominante.
Se podría afirmar sin embargo
que esa intencionalidad no ha tenido el éxito deseado, la resistencia para no
caer en esa trampa ideológica crece y se fortalece; no obstante, se deben
seguir ampliando los espacios para rescatar la memoria histórica y reivindicar
las personalidades civiles que desde sus talentosas miradas han dejado vastos
aportes en la compresión de Venezuela. En este contexto celebramos los actos
organizados en diferentes instituciones en torno al centenario del nacimiento
del historiador tachirense Ramón J. Velásquez.
Su obra, extensa y fructífera se ha reseñado
en estos días. En el ámbito local se ha subrayado la creación de la Biblioteca
de Temas y Autores Tachirenses, reflejó del permanente vínculo con su
territorio natal; pero vale la pena evocar el discurso que pronunciara con
motivo de la celebración cuatricentenaria de la ciudad de San Cristóbal en
1961, valiosa disertación en la que Velásquez no sólo abordó las singulares
circunstancias que dieron origen a la ciudad, también trazó un perfil histórico
en diversas escalas geográficas, entretejiendo acontecimientos políticos y
económicos, locales y nacionales, paisajes y lugares, afectos y cotidianidades
que influyeron en la configuración del territorio y del modo de ser tachirense.
Desde las referencias a las
primeras exploraciones hispánicas en tierras andinas hasta el mandato otorgado
a Juan Maldonado para “ubicar un puesto de recurso,…, un alto en el camino del
Nuevo Reino de Mérida” se incluyen en una narrativa que reivindica el
significado geográfico de la fundación de San Cristóbal. La ciudad señala
Velásquez, “aparece desde el primer día como lo que es y ha sido siempre: un
muro de comprensión para la tregua”, agregando la importancia de su marcada
extensión como base territorial asociada a la conformación del Táchira. Esta
perspectiva se podría interpretar como una valoración geoestratégica del acto
fundacional.
Pero
no se detiene allí, extiende su perspectiva al lento y pobre crecimiento
colonial para recrearse en los rasgos pobladores del territorio asignado a la
ciudad y la cotidianidad emergente como sustento incipiente de la futura
identidad tachirense al especular que “… por el valle hasta su límite comienza
el laboreo que se extiende más tarde hacia el tobogán de las montañas, va
surgiendo el hombre rural. En las calles comienza el diálogo entre caballeros
de traje cuidadoso y el ejemplar rudimentario, aindiado que baja de la sierra”.
En el imaginario discursivo se describe el encuentro sosegado y dicotómico de
la naciente espacialidad rural y el detalle estético de la ciudad embrionaria
en un paisaje donde se fusiona la naturaleza y la condición humana en la
construcción de la identidad local. Dice Velásquez “los movimientos telúricos,
la influencia del ambiente, trazan nuestras costumbres, definen nuestros
hábitos, perfilan nuestra fisonomía y hasta nos dan el modo particular de
pronunciar nuestra lengua”. Es esa mixtura que dejó profundas huellas en la
configuración de una geografía cultural que define lo tachirense.
En el discurso se hilvanan la
relevancia de hechos políticos como el movimiento comunero (1781) o la
presencia de Simón Bolívar en dos ocasiones por estos lares (1813 y 1820),
reivindicando la participación local en esos eventos. Así se adentra en la
historia y la geografía describiendo detalles cotidianos en los que no faltan
las disputas locales “…que afloran como rústicas rosas de montañas en las
estribaciones del alma regional”.
Y luego, la prosperidad
cafetalera tachirense y el avance cultural en las últimas décadas del siglo
XIX. Las disputas provincianas, los anhelos ciudadanos en su fe por la
Revolución Restauradora y las traiciones de las alianzas capitalinas; el
Táchira en proceso de decadencia, reprimido y abandonado por su coterráneos que
se alternan en el poder político y el inicio de un indetenible movimiento
migratorio acentuado en las primeras décadas del siglo XX. “Juan Vicente Gómez fue el epígono funeral de
nuestros lares” señala Velásquez.
Tienen espacial atención las
constantes referencias al Táchira fronterizo. El relato de las familias
cruzando la raya, huyendo del miedo y la represión. Pero también advierte sobre
el alma fronteriza de la gente tachirense como constructora de la
venezolanidad.
En estos tiempos en que el
Táchira padece la crueldad gubernamental y San Cristóbal se observa en la
penumbra, bien vale releer el discurso de Ramón J. Velásquez. Aquí solo hemos
apuntado algunas notas sueltas. Y como señaló el ilustre historiador: “Si
alegre es el paisaje muy dura ha sido la odisea de cultivarlo, de poblarlo con
el rumor del huso y el arado, de levantar la casa, de rastrear el suelo,
sembrar el grano y cosechar la espiga: En tamaño ejercicio de trajines, de
afanes, de esperanzas se ha conformado la escultura del pueblo tachirense:
hecho a la sencillez para el afecto, tallado en el dolor para la vida”.
Nota: Este
artículo fue publicado en Diario La Nación- Táchira. Venezuela el 15/12/2016